Largo poema épico (por Ludo Fonda)
Lección de realidad, de escritura. Lección nos da esta magnífico poeta de cómo se debe utilizar la palabra, de cómo se hace un poema con clase, de cómo, a través del lenguaje, se puede desandar la belleza en estado puro, en su fuero más intrínseco.
En el resuello de milagros
truncos
se esparcen las horas;
polen
de una pirueta cósmica.
Seamos más terrenales.
Mas concientes del giro autista del reloj.
Dejemos de lado su mandato,
si se me permite la pirotecnia.
Agotemos el sentido común
hasta hermanarnos todos
en la espantosa maravilla
de ser arena
gritando la verdad
del silencio.
Habitados y pulidos
por una ternura impaciente.
Pensemos que la responsabilidad más grande
de nuestra generación
es no tener responsabilidad alguna
sobre cualquier cosa o ser. Así dicen.
Allá abajo está el devenir asándose lento
sobre el fuego de la historia;
y nosotros pálidos como buenos hegelianos,
seguro de que la Pinta, la … y la Santa María
van ha llegar hasta el nuevo mundo,
y le harán vestir a los abuelos de nuestros abuelos,
de una vez y para siempre,
a capa y espada,
el traje de bufón solemne.
Pero… ¡Hoy es hoy!
y
¡Oh, alquimia puta y bendita del tiempo!,
ahora estamos bajo el ancho mediodía
de un lugar bastante al sur de no se qué,
y yo siento que acá
no se tiene derecho a la épica.
Y entonces siento muchas más ganas de escribir
un largo poema en tono oscuro y aleccionador,
un largo poema en donde la chusma furiosa
cuelga de las pelotas
a dos o tres
monolíticos mandantes y corea canciones
a puro pulso animal y libre;
un largo y patriótico poema épico
que no le tema a la retórica impostada
y al puño apretado
de un discurso jodida y aladamente dogmático;
un sensacional poema épico
como en los albores de la fantasía unificadora
del lenguaje corriendo parejo con la sangre;
en donde pierden todo los que nunca pierden
nada;
un largísimo y macizo
poema épico en donde la policía,
en cualquiera de sus formas,
está aterrada
de mirarse en el espejo
de su propia isla
de mugre existencial;
un largo, decadente, anacrónico, veraz, patético
e infinito poema épico
sobre el festejadísimo encuentro del mono
con el amor,
cambiando garrote
por duda,
dejando una grieta real
para que asome, fresca,
la esperanza.
¡Esperanza!, ¡oh, alabadísima esperanza !
Sosiego vertiginoso del ansia;
verdad profunda y superficial
que eyecta los sueños
como la tierra une
el destino de los hombres…
Y cuando me abandono así, mansamente,
a la escritura épica, empiezan a saltar
en mi horizonte
las ratas de la cordura y el gusto delineado por
artesanos de la nada,
recordándome
que la mano va exactamente para el otro lado.
Con directo destino de hastío.
Y es entonces cuando me pregunto,
¿a quién puede molestarle
que le saque punta a los días
escribiendo kilométricos, planetarios
poemas épicos
con el tono legendario
de un POETA
que decora con su retrato
nueve de cada diez despachos,
como las motas de polvo que delata
en el aire un rayo de sol
que perfora sin causas mayores la ventana?
¿A quién puede importarle que me vaya
por la ramas y vuelva con las manos vacías
y el corazón lleno?
¿Quién puede culparme por haber
encontrado la perfecta forma de perder el tiempo?
¿A quién puede molestarle que yo escriba por ejemplo :
El ministro luce acicalado envuelto en un traje
de dos sueldos;
tuyos.
Con el rostro sufriente explica
que miles de ladillas hostigan su alma
y que esa es la causa de que siempre ande por
ahí dando esos chillidos de pájaro de mal agüero,
llenando nuestros pechos de piedras teóricas.
Después silba el himno y se retira rascándose la cabeza.
En mi tribunal interno,
el silencio sueña con sus manos vueltas
hachas?
¿A quién puede incomodar estas palabras amontonadas
como escombros ?
Pregunto. Me pregunto y les pregunto.
¿A quién puede molestar que alguien se entretenga tan sanamente?,
mientras la noche declina, ¡ya es noche!, envuelta en su tul
de promesas turbias, de buenas promesas,
y una mujer se acerca y me dice:
Algunos creen que el ruido del amor es música,
otros que la música del amor es ruido.
Y yo finjo ser macizo y real
y declaro el suicidio de todas mis convicciones,
dejando bien en claro
la vitalidad profunda de mi renuncia;
proyectándome con filo de leyenda
en la memoria de quienes me están rodeando.
Así es como se avanza.
Estrangulando la palabra poética
por decisión de arriba.
Arriba, se entiende, es el sótano de la compasión;
Donde jamás se piensa en largos poemas épicos.
Así es como los invito a mirar por la ventana
cómo se remontan sobre el pueblo
las buenas ideas.
De las malas no hablo, porque estoy parado
sobre una de ellas, y se puede ser inepto
pero no malagradecido;
y porque de alguna manera esa es mi cordura.
Esta es.
La de sostener con cariño una idea universal y desalmada,
buscando darle esencia en la ternura de la paciencia,
para no ser tan arrastrables,
tan adeptos al llanto maniquí de la tradición sorda y muda
del yo,
tan cobardemente fieles al susto,
tan adictos sin planes,
tan planos,
tan limpios.
Por eso ahora mismo me rajo,
sin épica ni santos,
hacia el lugar donde
los parroquianos
hacen cantar hasta los dientes.
Hasta otra eternidad.
Me voy en busca
de una
choza
desinfectada
de dogmas.