jueves, 21 de abril de 2011

Luciano "El Terrible" Millares

Gran nota sobre el goleador "Lucho" Millares, realizó el periodista linqueño, Pedro Fermanelli, para el último número de la revista Un Caño, joyita de nuestro periodismo deportivo.
¡Golón, Fermanelli!








Clickeando sobre las imágenes se visualiza con mayor calidad.

jueves, 24 de marzo de 2011

Una de José Pablo

Una simpática nota de JP Feinmann que tomamos prestada del blog de la librería porteña Eterna Cadencia; de la que nunca nos afanamos un libro, pero sí algún dato de su portal.





Durante la mañana del 24 conseguí sortear todos los escollos que se me presentaron en el Batallón 601 y llegar hasta el general Videla.



-Perdone, general.



-¿Quién es usted?



-Un humilde ciudadano argentino. O no, humilde no. Un prestigioso intelectual.



-Un subversivo.



-¿Ve? Es usted un soldado lleno de prejuicios. Cree que todos los intelectuales son subversivos.



-Casi todos. No confío en esa gente. Llevan a Marx tatuado en el corazón.



-¿Usted está por dar un golpe de estado?



-¿No leyó La Razón de ayer? Ya está todo decidido.



-No leo La Razón. Y hasta sospecho que alguna vez dejaré de leer Clarín. Y no sólo Clarín, también La Nación. Y Cabildo.



-No haga eso, jovencito. Créale a este soldado. El que en este país deja de leer La Nación extravía sus pasos. Y si encima deja de leer Cabildo no tiene retorno.



-¿De qué?



-Del marxismo apátrida.



-Usted tiene una obsesión patológica con el marxismo.



-¿Cómo se atreve?



-Tiene razón, general. Ya no me atreveré. Sólo a una cosa.



-Dígala y váyase. Mientras pueda hacerlo. Por ahora, puede.



-Quiero pedirle un gran favor.



-Diga.



-No dé el golpe.



-Explíquese.



-Vea, ustedes van a hacer tantas trastadas. Tantas, general. Que a finales del ‘83 habrá elecciones y las ganará un buen tipo. Pero ése no es el problema.



-¿Cuál es?



-A partir de la restauración de la democracia, todos los 24 de marzo me van a pedir que diga o escriba algo sobre lo que usted se apresta a hacer hoy.



-¡Por mi espada, eso es terrible!



-Veo que lo comprende. Imagínese. Supongamos que estamos en 2011. Que es 24 de marzo. ¿Cuántas veces me han pedido eso?



-Las matemáticas no son mi fuerte. Y Adrián Paenza se niega a darme clases. Se fue del país por ese estúpido motivo.



-¡Treinta y cinco veces me lo han pedido! ¿Se da cuenta? Ya no sé más qué decir. Y es un tema que no me gusta. Sé que tengo una obligación moral. ¿Entiende?



-No; de moral, poco. Siempre que se enfrenten dos enemigos ganará el que mejor la deje de lado. Cualquier consideración de humanidad os hará más débiles. He leído a Clausewitz, joven.



-Como Perón.



-Si se propone hablar mal de Perón, conténgase. Delegó el poder en
Isabelita y López Rega. Dos sinceros y voluntariosos amigos. Empezaron con buenas intenciones pero desprolijamente algo que nosotros terminaremos mejor. Compréndanos, tuvimos que hablar mal de ellos y hasta a la señora hoy la meteremos en un helicóptero y la tendremos presa un tiempo. Pero sabemos cuando alguien está de nuestro lado. Como el doctor Grondona, por ejemplo. Ejemplo de coraje militar.



-¿Grondona es militar?



-General de Caballería, logramos infiltrarlo entre la civilidad. ¡Las cosas que ha hecho ese hombre por la patria! Ese artículo en su revista Carta Política, ¿lo recuerda?



-¿Meditación del elegido?



-Tal cual. ¿Se imagina la valentía que hay que tener para elogiar a López Rega en medio de las acciones de la Triple A? ¿Para llamarlo el elegido? ¿Para decir que es de la estirpe de los Lacabanne y los Ottalano?



-Jamás podría ser tan valiente, general.



-Al otro nos lo mandó la Mossad.



-¿A Neustadt? ¿La Mossad?



-Sí, ¿no se dio cuenta? Bernardo y Mariano son iguales en todo. En todo piensan lo mismo. Pero Bernardo y Mariano no son lo mismo. Bernardo es la versión iddish de Grondona. Por eso lo prefiero a Grondona.



-No soy antisemita, general.



-Nadie es perfecto.



-Insisto: por favor, deponga su actitud.



-Es inútil. El golpe es hoy. Va a tener que seguir escribiendo durante el resto de su vida sobre esta fecha, jovencito.



Es lo que acabo de hacer.



De un modo más irreverente esta vez. O quizá no. Quizá sólo de otro modo. Uno no puede escribir sobre lo mismo siempre lo mismo.

martes, 15 de febrero de 2011

Nunca, en tu escuela, sonó así

Kevin Johansen y Pablo Lescano - Himno a Sarmiento


jueves, 16 de diciembre de 2010

el cómo de los porqués

viernes, 12 de noviembre de 2010

Grafo media docena

Pasó mucha agua bajo el puente desde que salimos con el número cinco de GRAFO, allá por febrero. Ahora, en noviembre, retomamos la senda que desde el año pasado venimos recorriendo, entre el lápiz y la pluma, confiando en mantener en (y de) pie un espacio genuino para el acto de la comunicación.


Y creemos que, pese a los tropiezos, vamos por el camino –seguro, más lento pero el más sincero con nuestro trabajo- que nos permitirá seguir contando con el tiempo para experimentar las formas que más se parecen a eso que queremos decir.


Llega a Uds. la sexta entrega de Grafo (Que escribe y que describe), un artefacto linqueño –100 por ciento made in Lincoln- de los que tallan la palabra y los que ponen la caricatura en lugar de la realidad, un espacio para los que le sacan punta al lápiz y aquellos ilustradores que sueñan sobre la carbonilla.


Como siempre, va nuestro agradecimiento especial a las entidades y comercios que con su compromiso y su apoyo permiten que GRAFO siga en la calle: Centro de Arquitectos de Lincoln, Centro Unión Comercio e Industria, Centro Empleados de Comercio, Lácteos D’Zero, Cheeky, Pinturería Sarmiento, Linctours, Matafuegos Nicolás, Flores Avenida, Diario La Posta, Visual y Ferretería Casa García.






viernes, 29 de octubre de 2010

El impresentable (por Juan Sasturain)

Siguen los chorros de tinta que no se agotan; los rollos y pilas de papel se imprimen para hablar de NK; siguen las radios reiterando la misma información con igual frecuencia; siguen ya mareados los cronistas de televisión, apostados desde hace tres días en el mismo sitio, trillando una y otra vez la frase que han acabado de decir hace inmediatamente unos segundos atrás...
Al menos, aquí, intentamos rescatar algo de lo bien que se escribe y lo interesante que se dice.
Le toca a Sasturain.
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Hablo/escribo con la impunidad que da la noche demorada del día del censo y el silencio masticado de muchas horas sin querer hablar en caliente de lo que (nos) pasó ayer. No conocí a Kirchner: lo voté y lo iba a volver a votar si se presentaba el año que viene. Me parece que era –con todas las diferencias e incomodidades que uno, que no está en la política, tiene– lo mejor para el país real, el país de las opciones concretas. Así que, con permiso y todo el dolorido respeto, voy a ser incorrecto. Sincero, quiero decir.


Me acuerdo del primer chiste malévolo que escuché sobre Kirchner, cuando crecía, antes de ser presidente y ya se asomaba Cristina a su lado: “¿Sabés cómo le dicen a Kirchner? Ciervo embalsamado. Porque es cornudo y con un ojo de vidrio”. No sé si este chiste basura es conocido, si circuló. Supongo que sí. Resulta ejemplar para recortar ideología y estatura moral de quienes lo pergeñaron. Imperfecta, como todas las falsas atribuciones de apodo sustentadas en comparaciones de ese tipo, la referencia tenía la perversa eficacia de trabajar sobre el sentido común machista de la mina vistosa e inteligente al lado de un flaco feo –virola, para colmo– y con una pinta de loser que mataba. Un sujeto que era –marketineramente, digamos, perdonando la palabra– absolutamente impresentable. Y lo notable, ejemplar, festejable hasta hoy incluso, con la lástima y el dolor al día, es que ese supuesto impresentable y la mina que lo acompañaba los abrocharon. Largamente. Y cómo.


Me acuerdo cuando los radicales le arreglaron hace (¿veinte?) años los dientes al pobre Casella para una elección que perdió; me acuerdo –en los noventa– de los afeites, el gato ineficaz y la avispa del Turco perverso. La moraleja es tan obvia que da hasta pudor explicitarla: saludablemente, acá todavía no siempre gana el marketing. Ni los medios. Me acuerdo, hace unas semanas nomás, de Kirchner metido en la pilcha de El Eternauta en los afiches callejeros después de zafar de una anterior a ésta en que no zafó. Qué bárbaro... Narigón irremediable como el mismísimo Oesterheld, que también ha sido enfundado en su momento por Solano en el traje de Juan Salvo, el Néstor (o lo que generaba en la gente joven su liderazgo) primereaba una vez más a la lentejísima oposición y se apropiaba con toda justicia de un ícono ejemplar del siglo.


Vuelvo ahora a lo que fue la previa a las elecciones de 2003, con el padrino Duhalde buscando quien agarrara la candidatura, con Lole & Co. (una vez más) sacándoles el cuerpo a las responsabilidades, con un país en la lona y sin futuro, una papa caliente sin nada que ordeñar... El impresentable debe haber sido el tercero en la lista de los posibles contrincantes del Turco con la misma devaluada camiseta. Y allá fue. A propósito: ¿Alguien se acuerda de que Menem ganó, fue primera minoría con casi un cuarto de los votos en esa elección a la que renunció a la hora del ballottage? Memoria, plis: este flaco muerto todavía tibio arrimó apenas algo más del veinte por ciento de los votos –segundo, cómodo–, con el nefasto abanico de López Murphy, Rodríguez Saá y Carrió detrás, todos parejitos. Con ese capital electoral miserable –el ilegítimo Illia, cuarenta años antes, juntó lo mismo que el Turco, pero no había segunda vuelta entonces–, con ese misérrimo porcentaje, digo, que además “era-de-Duhalde”, construyó a contrapelo de expectativas y pronósticos agoreros de ser un dócil Chirolita, su propio proyecto político, que es lo más parecido a lo que veníamos esperando desde el regreso a la democracia. Y lo hizo desde la carencia, pero con una vocación de poder y capacidad de construir que hoy, los alcahuetes y/o los cínicos enemigos del proyecto que encarnó y encarna, atribuyen (ecuánimemente) a sus respetables cualidades de “animal político”.


Y es cierto. Pero Kirchner no sólo ha sabido hacer política mejor que los otros en esos términos pragmáticos (acumular fuerzas, aislar al adversario, pegar primero, tomar siempre la iniciativa), sino que la ha hecho con una dirección y un sentido genuinos, porque siempre sentimos, incluso cuando no lo acompañamos, que creía en la política –no como los economistas tecnócratas del liberalismo o los empresarios colados, que sólo creen en la lógica de la empresa o los números de los balances–, que creía en y hacía política como instrumento de cambio, como medio de acceder al gobierno para poder modificar las relaciones con el poder fáctico, y no para servirlo.


Pero yo no quería hablar de eso. Quería hablar de su magnífica condición impresentable. Y terminar con tres rasgos que cualquier imbécil asesor de imagen o de verso equivalente despreciaría: las biromes berretas con que firmaba decretos y rubricaba acuerdos; el traje cruzado fuera de moda y oportunidad, siempre; la tendencia –memorable, desde el primer día, a la salida del Congreso– a zambullirse entre la gente, sacado, regalado.


La verdad, digan lo que digan, Kirchner ha sido un regalo. Generoso, cursi, incómodo, como un velero hecho de caracoles de mar puesto sobre la repisa de la patria. Uno piensa que es para tirar y resulta imprescindible, verdadero, necesario.


Lo vamos a extrañar.

Fuente: Página /12

jueves, 28 de octubre de 2010

El absurdo previsible de la muerte (por Jorge Cayetano Zaín Asís)

FINAL DE NÉSTOR KIRCHNER

escribe Jorge Cayetano Zaín Asís
especial para JorgeAsísDigital

Confesión de opositor franco.
Desde hace siete años, vivo de Kirchner. Encaro el desafío de explicarlo. Para combatirlo mejor. Con suerte bastante relativa.

45 días atrás, en “Los Arcos” (cliquear), aquí se comparó el drama nacional -representado por la salud de Kirchner- con Valderrama, la zamba de Salta.
“Adónde iremos a parar / si se apaga Valderrama”.

El Furia estaba internado. Malos presagios.
Si Kirchner se “apagaba”, la Argentina -Kirchner-dependiente- penetraba en la zona riesgosa de la incertidumbre.

Se dijo también aquí que “estar contra Kirchner”, era infinitamente más conveniente que “estar sin Kirchner”.
Porque Kirchner nos proporcionaba, al menos, la oportunidad de la pasión.
La iniciativa, como el poder y el ejercicio de la política, exclusivamente le pertenecían.
Sin Kirchner nos amenazaba, entonces, el vacío.

“Entre la Nada y la Pena me quedó con la Pena”.
Lo escribió William Faulkner, en El Sonido y la Furia (pero el hallazgo es de Luis Gregorich).
En un sentido faulkneriano, en la Argentina contemporánea, entre la Nada, Kirchner era la Pena.
Es precisamente el sentimiento -la pena- que me induce a componer el precipitado artículo. Aunque contenga la tonalidad del obituario.

Sacrificio épico

Kirchner se deslizó a través de “la irresponsabilidad imperdonablemente sanitaria” de no cuidarse como correspondía.
“La muerte era un absurdo previsible”, escribió Mario Benedetti.

“Estoy perfecto”, mintió El Furia, al salir de la Clínica Los Arcos. Antes de lo que debía. Con cierta admirable “tendencia hacia el sacrificio épico”. Ver “La silla de Salazar” (cliquear).
“Está más fuerte que nunca”, declaró también algún ministro. Como si el estrago físico pudiera atemperarse con la virulencia de la voluntad.
Tampoco corresponde, a esta altura, reprochar cierta negligencia a quienes lo rodearon. Los colaboracionistas de la irresponsabilidad. Es utópico contener al que es -aceptémoslo- frontalmente incontenible.
A los dos días de la ceremonia del “stent”, El Furia ya estaba en otra ceremonia multitudinaria. En el Luna Park.
Fueron 45 días de convalecencia que nunca podrán analizarse desde el punto de vista orgánicamente físico. Porque su dilema, en definitiva, como su móvil, fue siempre político.
El lapso coincidió con desplazamientos vertiginosos. Y con una sucesión de colapsos.
La calificación de “turritos” a los miembros de la Corte. El corolario del acto equivocado en el Boxing de Río Gallegos. Los mensajes desorientadores.
Las coincidencias temáticamente inquietantes. La colectiva demonización de Moyano, al que acompañó en el acto de River. Y la transformación del segmento del poder. El segmento que había instalado, con sólo dos puntas. En un triángulo.
De encontrarse arbitrariamente sólo, en el reparto con Cristina, de pronto Kirchner percibió que se debía distribuir, en adelante, por tres. Se le incorporaba Scioli. Por los efectos de su grandísima culpa.
El encadenamiento de colapsos culminó con la muerte de Mariano Ferreira. La última semana se le encadenaron los disgustos sucesivos.
En nuestra penúltima entrega, de Serenella Cottani aludía al planificado regreso a Santa Cruz. “De donde nunca debió haber salido”.
A la nostalgia del café en el Hotel Patagónico. Al intento de recuperar el prestigio en aquel sitio originario.
Pero la distancia no ayudaba, según nuestras fuentes, a atenuar la amargura.
La falta de resolución del crimen de Ferreira, al Furia, lo enfurecía hasta la más cruda inconveniencia.
Ese crimen portaba el augurio más funesto. Si para el imaginario colectivo, los cadáveres de Kosteki y Santillán signaron el final de un ciclo, la muerte de Ferreira, con el agravante de las fotografías grotescas, emergía como un exceso para las deterioradas reservas físicas.
Néstor Kirchner ya no volvería -vivo- a Buenos Aires. Encaró desde Gallegos un trayecto más corto pero final. Hacia El Calafate. “El lugar en el mundo”. Donde confluían las anginas presidenciales de La Elegida, con las vísperas del censo. Circunstancias que legitimaban, en el fondo, la toma de distancias. Del escenario central donde se reproducían las imágenes que inducían a la oscuridad. Al ridículo.
Nuestras fuentes indican que Kirchner, entre el lunes y el martes, en su residencia paradisíaca de El Calafate, se sintió mal. Correspondía preferiblemente hospitalizarlo. Trasladarlo, otra vez, hacia Los Arcos. Pero se impuso, según la fuente, una notable reacción. Para figurar en la posteridad.
El censo no podía sorprenderlo, al profesional de la política, en una cama de sanatorio. Era indigno para un estadista de su magnitud. El censo debía sorprenderlo entre los “plenos poderes” de su “residencia en la tierra”, diría Neruda. Junto a su esposa, la Presidente. Pero las fragilidades del cuerpo estragado pudieron más que el comprensible culto a la estrategia. Asomaba la banalidad invasora de la muerte. Venía, esta vez, la absurda, por la previsibilidad del final.

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