Soy todo el hombre El hombre herido por quién sabe quien Por una flecha perdida del caos Humano terreno desmesurado Sí desmesurado y lo proclamo sin miedo Desmesurado porque no soy burgués ni raza fatigada Soy bárbaro tal vez Desmesurado enfermo Bárbaro limpio de rutinas y caminos marcados No acepto vuestras sillas de seguridades cómodas Soy el ángel salvaje que cayó una mañana En vuestras plantaciones de preceptos. Poeta Anti poeta Culto Anti culto Animal metafísico cargado de congojas Animal espontáneo directo sangrando sus problemas Solitario como una paradoja Paradoja fatal
Vicente Huidobro [fragmento de su libro Altazor, 1931]
Reproducimos aquí el excelente texto de la página 10 del Suple NN (Diario La Posta) del viernes último. No sólo hay que leerlo por la calidad literaria del texto sino, también, por los consejos infaltables para los que, hoy sábado, salimos tenedor y cuchillo en mano.
La martingala: el sistema que siempre puede fallar
Hay motivos de sobra para saber que la estrategia es, por lo menos, el cincuenta por ciento de nuestra victoria. Y más cuando la planificación está dada por la convicción de que «se puede» (como el slogan del «presidenciable» Angeloz en las elecciones del ‘89). Este espacio, desde su sana humildad y su prestigio por la buena bizarreada, intentará ensayar sobre «esta noche tengo que rascar un huesito o sino me voy a la puerta de los telos y comienzo a los piedrazos, al grito de ‘si no la pongo yo no la pone nadie’».
Tomando como gurú a nuestro interpersonal amigo «el buitre» Ernesto Chemigarna, propondremos algunos ítems para salir, por lo menos, airoso de una noche de garufa con vistas a «terminarla mejor, más no sea con la más rellenita del bailongo».
Atrás quedaron los viejos preceptos del «ir bien peinado y perfumando» para ganar, ya que la modernidad y las nuevas minuzas generaron un cambio en el paradigma de las relaciones. Hoy la noche es una selva y las mujeres dejaron de ser Chita para convertirse en un feroz animal muy difícil de cazar. Es por eso que el hombre de la modernidad debe construir nuevas herramientas para ser más eficaz a la hora de hacerlas «morder el palito».
Algunos tips (y nos metemos en palabras gourmet) serían esenciales para no caer en la desgracia de ser un «looser». El primero de ellos es atacar cuando aún las luces del día no dejan ver ni sus, ni nuestras imperfecciones.
Esa, sería una estrategia tanto para las fem como para nosotros. La idea de garpar un trago ya no es negocio. Porque las minitas chupan que dan calambre y las tarifas de una pócima sexy en el bar o el boliche te vuela la peluca. Intentar hacerse el «gomia» es otro error. Pero ese es histórico.
Todos sabemos que entrar en confianza íntima haría que una mujer nos empiece a mirar con ojos fraternales… cuando nosotros, verdaderamente esa noche, queremos llevarlas pal catre. Frases como «mirá esa zanja y yo sin botas», «si te agarro te hago barro», «Baila o entra justa» –al tiempo que guiñás un ojo-, «como me gustaría ser bife para acompañar ese lomo», «adiós paloma, como quisiera ser gavilán para acompañar tu vuelo» o «¡qué culo, me encontré una moneda!», están por demás descartadas.
Al igual que caer en el palabrerío meloso, porque a las 5 de la madrugada no hay mente que hilvane dos frases coherentes luego de una previa con amigos y cinco tragos polentas en el bar. La idea, es siempre mantener una postura. Ir «de frente manteca» y mostrar lo que hay, tirar toda la carne al asador y esperar a que pique. El juego de miradas siempre es bien visto, pero a no zarparse. Porque de una pasada insinuante, podríamos ser visto como el hombre del «sacan» baboso. Acercarse en patota tampoco ayuda, siempre es mejor ir de a poco y solo, que con una turba sedienta de carne.
Supongamos que dimos el primer paso. Si la invitas a llevarla a la casa, avisale que estás a gamba. El retorno y una buena conversación siempre son buenos para ir arrimando el bochín. Ahí, te la podés jugar y hasta hacerte el sensible. Eso garpa y muy bien. Pero acá también hay que tener cuidado. Porque del «flaco con chances» podrías pasar a ser su próximo «amigo gay» y está claro que vos no querés que así sea.
Ahora bien, si todo esto no sirve para un carajo… si ves que nada está a tu favor y la martingala que preparaste toda la semana te está dejando en banca rota, no te olvides que la cosa siempre tiene revancha el próximo fin de semana. Atate los cordones, salí manso del bar y acordate que en la esquina, siempre viene el colectivo que nos lleva pa’ Gerli.
Por Aristóbulo Nun Capone (Escritor frustrado, hombre de pelo en pecho y perseguidor de jóvenes catorceañeras en tiempos de cólera).
Me estaba doliendo la cabeza, y pensé en disolver una pastilla en un vaso de agua. Lo hice, y me tomé el agua. La cabeza me seguía doliendo, pero resolví esperar a que me hiciera efecto la pastilla. El vaso se estaba disolviendo también, pero debía ser por el efecto del agua. Me concentré. Mi cabeza era la pastilla, y el vaso era el dolor. Me estaba doliendo la pastilla, y traté de disolver el agua en las paredes del vaso. La pastilla era un cilindro corto. Cuando el dolor me empezó a hacer efecto, la cabeza se me acható. Tuve miedo. Agarré el vaso y me lo tomé. El agua se disolvió en la pastilla. Traté de concentrarme y esperé hasta tomar una resolución. Me estaba haciendo la cabeza, cuando una de las paredes del vaso me empezó a doler. Miré el agua y se había achatado. La pastilla se estaba quedando sin efecto. Mi cabeza, disuelta en la pastilla, era un pastiche que fluía desde la base del cráneo hasta el techo del vaso. El agua estaba vacía. Mi cráneo concentrótodo el dolor sobre las paredes. Yo me empecé a dar la cabeza contra el techo. El dolor no se cortó. Yo tenía miedo de que el cráneo se disolviera en la cabeza, y me agarraba del agua. La toma tenía poca resolución. Con mucho dolor, las paredes de mi cabeza esperaban que el reflejo surtiera algún efecto sobre la base del cilindro cortado en el vacío. Me quedaba poco, y debía cranear algo. La toma de agua me miró. ¿Qué esperar de una pastilla? El líquido se me aclaró. Era la toma de la Bastilla, y el dolor de cabeza se me fue con el reflejo de la guillotina que me la cortó.
(Autor: Leo Maslíah, Horóscopos y otras sentencias, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2003)
En el condón del jopo, engominado, arisco, mecha o franja de sombras en la metáfora que avanza, sobra, sobre el condón del jopo la mirada que acecha despeinarlo, rodar la redecilla en las guedejas: un público pudor, irresistible, tieso en la goma del spray: la goma libidinizada, esa saeta de la mata en el enroque de la fima, el gime, el fimoteo: denuedo de las uñas en el mechón de grima. Guedeja en muslos enroscada, húmedo pelo, espesor de las cejas en lo ebúrneo cobrizo, un jaloneo de papilas en los estrechos del olor, jugoso, el ronroneo de los labios ante las curvas, su salitre, el tartaleo de la transpiración, sudores finos, atascaban al muslo en ese rulo. Jadean las harás sus aros de peltre, jaleo lúcido, luminiscente en el rebote de las ligas en la película infusa, taza de té en los bordes del revoque. La trama, en ese punto, en la lisura de ese cascabel, serpeante, de esa rima dejado en los ja- bones de los pies, melecas, masca en el erizar de los penachos la pro- mesa de un guante.