jueves, 10 de diciembre de 2009

Dolor de cabeza

Me estaba doliendo la cabeza, y pensé en disolver una pastilla en un vaso de agua. Lo hice, y me tomé el agua. La cabeza me seguía doliendo, pero resolví esperar a que me hiciera efecto la pastilla. El vaso se estaba disolviendo también, pero debía ser por el efecto del agua. Me concentré. Mi cabeza era la pastilla, y el vaso era el dolor. Me estaba doliendo la pastilla, y traté de disolver el agua en las paredes del vaso. La pastilla era un cilindro corto. Cuando el dolor me empezó a hacer efecto, la cabeza se me acható. Tuve miedo. Agarré el vaso y me lo tomé. El agua se disolvió en la pastilla. Traté de concentrarme y esperé hasta tomar una resolución. Me estaba haciendo la cabeza, cuando una de las paredes del vaso me empezó a doler. Miré el agua y se había achatado. La pastilla se estaba quedando sin efecto. Mi cabeza, disuelta en la pastilla, era un pastiche que fluía desde la base del cráneo hasta el techo del vaso. El agua estaba vacía. Mi cráneo concentró todo el dolor sobre las paredes. Yo me empecé a dar la cabeza contra el techo. El dolor no se cortó. Yo tenía miedo de que el cráneo se disolviera en la cabeza, y me agarraba del agua. La toma tenía poca resolución. Con mucho dolor, las paredes de mi cabeza esperaban que el reflejo surtiera algún efecto sobre la base del cilindro cortado en el vacío. Me quedaba poco, y debía cranear algo. La toma de agua me miró. ¿Qué esperar de una pastilla? El líquido se me aclaró. Era la toma de la Bastilla, y el dolor de cabeza se me fue con el reflejo de la guillotina que me la cortó.


(Autor: Leo Maslíah, Horóscopos y otras sentencias, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2003)

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