martes, 30 de marzo de 2010

Cuando todo se va definitivamente al tacho [Espacio NN]

Señores editores (i)responsables del suplemento (dietario) NN del Diario la Posta del Noroeste.
Hoy, mis inquietudes son muchas y mis cuestionamientos son muy variados. Por eso quiero, desde este pequeño espacio de réplica que me otorgan, llegar al escritor enmascarado y preguntar “por qué”. Por qué señor Unco Claraboya.
Por qué romper con la estética de su magnánima creación y exponerse a la chabacanería, a lo burdo, a lo innecesario de caer en la producción que sólo se encuentra en las extremidades.
Usted que es inteligente, debe explicar cómo es que además, goza de leer los improperios de la tinta mal gastada, de los tiempos corridos del margen y de la prosa enlatada, sin ecos, vacía de todo contenido.
Entiendo que el espacio que completó la semana pasada es seguramente el que hoy estoy completando yo. Que en las decisiones de los editores no está ni siquiera, contemplado la idea de buscar material con más no sea un mínimo de contenido sustentable, comunicable, educador o servicial.
Este espacio, sin dudas, es la prostitución de las letras y usted creo que es (por lo menos esta última semana) un perverso que se ha adentrado en el cabaret de la escritura.
Sin conocerlo, mi imagen suya era lo más cercano a un erudito.
En pequeñas pinceladas, sostenía en mi imaginación a un ser alto, espigado, lánguido mejor dicho, que pasaba horas enteras buscando respuestas a sus interrogantes y a los que conformaban su contexto. Un creador en masa. De ahí fue que salieron textos de suma grandeza, con una estética pura, con un respeto insoslayable por la lingüística y con la rareza de la búsqueda en sí. Porque sus relatos se metamorfoseaban en cada paso morfológico, en cada signo, en cada contacto con la imaginación de los que disfrutábamos de leerlo.
Ahora es sólo un ser fofo, al que le gusta la cachiporra, el canchengue, la fiestacha barata. Un prostituto dentro de la trata de letras. Y eso queda marcado en su prontuario porque hoy en el dolor, no puedo llamarlo curriculum. Esto no lo recordará el lector pasatiempista, pero sí lo harán aquellos que mantenían el respeto por su trabajo.
Pienso y corríjame si me equivoco, que vive en la villa miseria de las bibliotecas, que su naturaleza es leer libros franceses sobre literatura erótica. Que por las noches sólo se alimenta a porotos y ensalada de rúcula.
Que la carne sólo es el alimento de denuestos contra la afrodisíaca imagen de la mujer.
Así me hizo sentir con sus deseos fálicos hacia Isabel Sarli. Porque aquí no existe el platonicismo. Aquí queda por fuera la idealización del amor.
Este –el que usted tuvo- fue un acto desesperadamente físico, atribuido sólo a los actos de salvación, a los de última fuerza.
Es como estirar la pata, como dar el último aliento, como pensar que más bajo no se podrá caer.
Y como hoy lo encuentro en el pozo, lo insto a que no caiga en lugares comunes. Que ponga en marcha el “operativo retorno” y vuelva a dignificar a la literatura como siempre lo hizo.
Le pido respóndame a las imágenes que ha causado en mi cabeza. Quiero, como tanto como otras personas que seguramente se sentirán identificados con esta carta, sepa evacuar mis inquietudes. Pido, una vez más, vuelva a entintar su pluma y regálenos de su magia, de su gambeta, de su definición fría en tiempo de descuento. Lo estaré esperando.

ABL (Escritor, físico nuclear, astronauta, contador, médico, pederasta oculto, simplificador de los problemas y enemigo número UNO del suplemento NN)

sábado, 20 de marzo de 2010

Lamento de un semental [Espacio NN]


“Vos sos medio degeneradito”, dijo. Lo largó sin siquiera tomar el recaudo de poner delante un “Me parece que…”. Y no se equivocaba. Sin embargo no le contesté. Atiné a sonreír, contentarme con la sutileza de “medio” y hacerme el boludo. Dejar pasar los segundos mientras esperaba que la conversación continuase, diluyera en lo mundano, y ayudara olvidar la vergüenza que me había propiciado.

Inesperado acontecer. Ahí, me di cuenta que se notaba. Que todo el mundo también lo podría haber notado aunque yo, lastimosamente, lo guardara como el más íntimo secreto. Me faltaban agallas, voy a reconocerlo. Pero, así y todo, nadie me podrá quitar lo bailado. O lo birlado. Digo, nadie podrá quitarme mis recuerdos y las fantasías recurrentes que nacieron en mí junto a aquella mujer. ¡Qué digo mujer!, ¡DIOSA! Ese camión llamado Isabel “Coca” Sarli.

Aquella había sido una pequeña muestra de su desparpajo. Una irreverente venganza que daba por tierra con todas mis mentadas conquistas. Simplemente una advertencia, un “Nene, te pensás que soy boluda”. Y me lo dijo la Coca, únicamente a mí, y en la cara. Sin vueltas. Me sacó la máscara y me dejó en bolas. Quedé expuesto cuando yo celosamente atesoraba todas aquellas escenas en que la había espiado, casi ultrajado con mis ojos. Porque despiadado y sin rodeos había logrado colarme en el equipo de grabación de Don Armando y así, cómo uno más, había conseguido estar cerca de ella en todo momento. Casi a flor de piel. Me pegaba al decorado y la espiaba a través de cualquier agujero. Era un privilegio. Un pago extra. El paraíso entre bambalinas y luces.

Nunca alcancé a cotejarla en cámara. En verdad, nunca pude hacer un protagónico, menos un papel de reparto en algún film y llegar, así, a besarla, cuanto menos acariciarla, rozarle una mano, el cabello. Pero ese desquite que ella se cobró conmigo –no importa que lo hiciera a último momento, cuando sabía que todo había terminado y ya no me tendría que ver más- me dio el consuelo, mejor dicho, la certeza, de que mi presencia no le era indiferente. Ella era muy consciente de que yo la ansiaba y aguardaba expectante por una oportunidad. Un descuido que diera rienda suelta al desliz.

Era muy difícil soportar semejante hembra delante. Actuando con esa naturalidad indecorosa. Haciendo desquiciar a Don Armando, el capitán del buque. Puedo asegurar que todos quedábamos poseídos. Absolutamente desorbitados. Nos daba los mismo Juan Domingo que el Mariscal Tito. Cualquier mono vestido con ropa de fajina podía sucumbir de vértigo ante los movimientos eclécticos de la Coca. La reina del porno mundial -así era anunciada su figura en los países del exterior- me tuvo eclipsado durante años. Claro que Don Armando no la dejaba sola un instante y la tenía puesta como una estrella de Hollywood. Apenas si la prestaba un ratito a los muchachos del equipo y cuando tuvo que largarla en manos de otro, enseguida nomás, se la encomendó a su hijo, Víctor, para que la enyuntara en la escandalosa “Carne”.

Gloria, Flavia, Laura, Sandra, Delicia, Alicia, algunos de los nombres con que cada noche ella me iba mintiendo. Cada vez hundiéndome más. Me paseaba, con sus ojos, desde el idilio hasta la asfixia y me resucitaba, como a un perrito ahogado en el agua, con tan sólo un pestañeo. ¿Por qué creé que sus películas son tan populares en Oriente?, le preguntaron alguna vez. Y ella, atrevida, contestó algo así: “Porque una teta mía es más grande que la cabeza de un chino”. No tenía desperdicio, ni una pedacito de uña de ella tenía desperdicio. Hembra insaciable.
Una vez estuve apunto. Casi me le tiro. Que si no hubiese sido porque soy un hombre muy racional y que lleva la duda hasta el sitio menos recomendable (el de los bifes, claro), le pegaba una arrinconada de película. Sí, sí, película del estilo de Don Armando. Es que la tenía servida. No recuerdo porqué todos se habían ido. Ella estaba sola o debía creer estarlo, porque yo tuve que volver al estudio a buscar no sé qué cosa, y la encuentro allí tratando de sintonizar una radio que funcionaba peor que una catramina. ¡Qué lo re parió, esta es la mía!, me dí coraje y me le arrimé. Entonces, cuando quise empezar a rumbearla para el objetivo ya notaba que las rodillas se me aflojaban, la voz amenazaba con no querer salir cada vez que le conversaba… imaginaba, ahí frente a ella… solamente imaginaba que la tomaba por los brazos, apretando su carnosidad y a lo bruto la sometía entre unos decorados en desuso. Allí la hacía mía, como en las películas, concretaba mis sueños, lograba lo hasta entonces imposible, que la Coca Sarli se regocijara bajo mi cuerpo semental.


Unco Claraboya
(especial para Suple NN)

jueves, 18 de marzo de 2010

Nota editorial Grafo #5

martes, 9 de marzo de 2010

El placer del texto (fragmento)

Ningún objeto está en relación constante con el placer (Lacan a propósito de Sade). Sin embargo para el escritor ese objeto existe: no es el lenguaje, es la lengua, la lengua materna. El escritor es aquel que juega con el cuerpo de su madre (reenvío a Pleynet sobre Lautréamont y sobre Matisse): para glorificarlo, embellecerlo, o para despedazarlo, llevarlo al límite de sólo aquello que del cuerpo puede ser reconocido: iría hasta el goce de una desfiguración de la lengua, y la opinión lanzará grandes gritos pues no quiere que se “desfigure la naturaleza”.



PD: el de pañuelo al cuello (muy afrancesado), ése, es Roland Barthes, autor de "El placer del texto" y otros ensayos muy piolas.
PD2: el resto de los personajes hay que adivinarlos. Una ayuda, el primero de la izquierda es Immanuel Kant...
PD3: El Sr. Exquisito Cochinillo, quizá, debe saber demasiado dada su adoración por el antihéroe amarillento.

sábado, 6 de marzo de 2010

Que no nos birlen la eñe

Anda dando vueltas vía cadena de mails este ocurrente texto de María Elena Walsh.

Lo compartimos y adherimos a la defensa de la eñe [fijate si tu teclado todavía la tiene y, si la tiene, asegurate de usarla, ñandú!!!]




La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~. ¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? "La ortografía también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.
Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.


Fuente: http://www.me.gov.ar/efeme/mewalsh/laenie.html



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