Lamento de un semental [Espacio NN]

Inesperado acontecer. Ahí, me di cuenta que se notaba. Que todo el mundo también lo podría haber notado aunque yo, lastimosamente, lo guardara como el más íntimo secreto. Me faltaban agallas, voy a reconocerlo. Pero, así y todo, nadie me podrá quitar lo bailado. O lo birlado. Digo, nadie podrá quitarme mis recuerdos y las fantasías recurrentes que nacieron en mí junto a aquella mujer. ¡Qué digo mujer!, ¡DIOSA! Ese camión llamado Isabel “Coca” Sarli.
Aquella había sido una pequeña muestra de su desparpajo. Una irreverente venganza que daba por tierra con todas mis mentadas conquistas. Simplemente una advertencia, un “Nene, te pensás que soy boluda”. Y me lo dijo la Coca, únicamente a mí, y en la cara. Sin vueltas. Me sacó la máscara y me dejó en bolas. Quedé expuesto cuando yo celosamente atesoraba todas aquellas escenas en que la había espiado, casi ultrajado con mis ojos. Porque despiadado y sin rodeos había logrado colarme en el equipo de grabación de Don Armando y así, cómo uno más, había conseguido estar cerca de ella en todo momento. Casi a flor de piel. Me pegaba al decorado y la espiaba a través de cualquier agujero. Era un privilegio. Un pago extra. El paraíso entre bambalinas y luces.
Nunca alcancé a cotejarla en cámara. En verdad, nunca pude hacer un protagónico, menos un papel de reparto en algún film y llegar, así, a besarla, cuanto menos acariciarla, rozarle una mano, el cabello. Pero ese desquite que ella se cobró conmigo –no importa que lo hiciera a último momento, cuando sabía que todo había terminado y ya no me tendría que ver más- me dio el consuelo, mejor dicho, la certeza, de que mi presencia no le era indiferente. Ella era muy consciente de que yo la ansiaba y aguardaba expectante por una oportunidad. Un descuido que diera rienda suelta al desliz.
Era muy difícil soportar semejante hembra delante. Actuando con esa naturalidad indecorosa. Haciendo desquiciar a Don Armando, el capitán del buque. Puedo asegurar que todos quedábamos poseídos. Absolutamente desorbitados. Nos daba los mismo Juan Domingo que el Mariscal Tito. Cualquier mono vestido con ropa de fajina podía sucumbir de vértigo ante los movimientos eclécticos de la Coca. La reina del porno mundial -así era anunciada su figura en los países del exterior- me tuvo eclipsado durante años. Claro que Don Armando no la dejaba sola un instante y la tenía puesta como una estrella de Hollywood. Apenas si la prestaba un ratito a los muchachos del equipo y cuando tuvo que largarla en manos de otro, enseguida nomás, se la encomendó a su hijo, Víctor, para que la enyuntara en la escandalosa “Carne”.
Gloria, Flavia, Laura, Sandra, Delicia, Alicia, algunos de los nombres con que cada noche ella me iba mintiendo. Cada vez hundiéndome más. Me paseaba, con sus ojos, desde el idilio hasta la asfixia y me resucitaba, como a un perrito ahogado en el agua, con tan sólo un pestañeo. ¿Por qué creé que sus películas son tan populares en Oriente?, le preguntaron alguna vez. Y ella, atrevida, contestó algo así: “Porque una teta mía es más grande que la cabeza de un chino”. No tenía desperdicio, ni una pedacito de uña de ella tenía desperdicio. Hembra insaciable.
Una vez estuve apunto. Casi me le tiro. Que si no hubiese sido porque soy un hombre muy racional y que lleva la duda hasta el sitio menos recomendable (el de los bifes, claro), le pegaba una arrinconada de película. Sí, sí, película del estilo de Don Armando. Es que la tenía servida. No recuerdo porqué todos se habían ido. Ella estaba sola o debía creer estarlo, porque yo tuve que volver al estudio a buscar no sé qué cosa, y la encuentro allí tratando de sintonizar una radio que funcionaba peor que una catramina. ¡Qué lo re parió, esta es la mía!, me dí coraje y me le arrimé. Entonces, cuando quise empezar a rumbearla para el objetivo ya notaba que las rodillas se me aflojaban, la voz amenazaba con no querer salir cada vez que le conversaba… imaginaba, ahí frente a ella… solamente imaginaba que la tomaba por los brazos, apretando su carnosidad y a lo bruto la sometía entre unos decorados en desuso. Allí la hacía mía, como en las películas, concretaba mis sueños, lograba lo hasta entonces imposible, que la Coca Sarli se regocijara bajo mi cuerpo semental.
Unco Claraboya
(especial para Suple NN)
(especial para Suple NN)
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