viernes, 10 de abril de 2009

Sentado, borracho en mi ataúd

(A Charles Baudelaire)


















Ebrio de sombras y castigos,
me siento
borracho
en mi ataúd.

Lo construí una tarde de invierno
sobre la nieve de la montaña,
blanco como la luna,
fuerte como la tierra.
Al fin y al cabo, viviré con los gusanos,
con los huesos deshechos,
con el humus maloliente,
de la putrefacción.

¡Qué difícil, morirse!
¡Qué difícil!
Incluso con diez copas
sobre esta alma malcriada,
sentado, borracho,
sobre mi ataúd.

Miro alrededor,
observo,
saco el pecho
para que ningún lagarto
piense
que tengo miedo.

Borracho, sí,
pero sin miedo;
muerto, sí,
en ataúd blanco
vivo de la tierra fértil
de los vivos.
Acuno la desesperación
que arrastra mis pies,
pido por caridad
que me dejen dormir esta noche
en el albergue de indigentes.
¿Cómo? —me gritan—
¡Cómo un poeta puede pedir
esa locura!

Sí, señores, poeta, poeta de la vida,
del pueblo, de las fiestas, de la calaña baja,
de los burdeles, de las putas baratas,
de los amantes enamorados.

¡Mírenme! ¡Mírenme bien!
Aquí estoy,
Sentado, borracho, en mi ataúd
en primera línea de batalla.

La tempestad mece
el abismo de mi alma
mientras escribo versos
a la muerte
para morir,
para irme acostumbrando
a futuros inquilinos malsanos:
los gusanos
de mi ataúd blanco.


Mónica López Bordón
[Del libro "Árbol de sol"]

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