miércoles, 28 de octubre de 2009

El Gordismo

El Gordismo es una forma de vida. Surge del fanatismo por Diego Maradona y se afianza y crece a medida que el protagonista central tiene vicisitudes que lo mantienen entre la vida y la muerte. El Gordismo no es una religión, pero es un fanatismo. Aunque anida en su centro un descreimiento cabal: el protagonista es un sujeto maravilloso pero no trascendental. Cualquier gordista lo sabe: Maradona no hace milagros y aunque se lo apoda “Dios” se sospecha que es un simple mortal con una calidad extraordinaria para jugar al fóbal y una mente endiablada, casi de un publicista, para largar frases y slóganes: “Más falso que un dólar celeste”, “Se le escapó la tortuga”, “Billetera mata galán”, “La pelota no se mancha”, “Mascherano y diez más”, “Mascherano, Jonás Gutiérrez y nueve más”, etc. El Gordismo practica un sincretismo desaforado: es peronista, guevarista, menemista, capitalista, anticlerical, religioso, medium, esotérico, cavalista y todo lo que se ponga por delante. Los pobres practican el Gordismo cuando la única utopía que les queda es poder dar una vuelta olímpica. Y las clases medias practican el Gordismo cuando lo único que les importa —caiga quién caiga— es que no les toquen el culo, el cable y sus ahorros. El Gordismo, de esta manera, es conservador. También es nacionalista, ya que postula una superación del ser nacional. Los gordistas son de derecha y humanos. El Gordismo improvisa, nunca planifica, busca más el efecto que el corazón de las cosas. Kirchner es gordista cuando prefiere fútbol free que hambre cero. El Gordismo tiene vocación de poder, nunca vocación de servicio. En esto, es igual a casi toda la camada política que viene repartiéndose el poder en nuestro país. El Gordismo es adicto a las cámaras, a los micrófonos. Lo que no sucede en la realidad virtual, no tiene peso ni merece ser vivido. El Gordismo es esclavo de la representación. Nunca le habla a uno solo y en privado. Siempre que habla, aunque se dirija a una persona en cuestión, necesita que lo escuche el coro griego de fondo. El Gordismo viene reinando en el país desde hace más de 30 años y recién la aparición de Lionel Messi le hizo imaginar un futuro sin gordismo o negociado con el Messismo. Pero Messi a diferencia de Maradona, tiene un problema clave dificil de digerir para los miles de carapintadas con Legacy. No es argentino. De hecho, es gracias a la Madre Patria y los Euros del Barcelona que el joven nacido en Rosario puede jugar en las grandes ligas. Es gracias al Barsa que Messi y su familia tiene un futuro por delante. Fue en los laboratorios del Barsa donde lo alargaron, lo cuidaron con algodones y le dieron una identidad. Fue en el césped ultracheto y sofisticado del Barcelona donde se lo rodeó de un equipo de jugadores notables que juegan para Messi pero que, también, saben que Messi juega para ellos. Nunca, nunca, hemos visto a un niño tan bajo saltar tan alto y poder meter ese cabezazo mortal y esquinado que enloqueció al arquero del Manchester United. ¿Qué es lo que hizo levitar a Messi de esa manera sobrenatural?, se pregunta el Gordismo. Respuesta: el amor, la gratitud. Porque Messi, acá, en este bendito país de ganadores, hubiera terminado jugando en el fútbol cinco con suerte o como uno de los Grosos de Tinelli. Porque siempre, si a uno le va mal, está la carcajada de Tinelli para atemperar las penas. No hay rescoldo de la noche del país donde junto al brillo de los televisores y el calor de las estufas no se filtre también la carcajada de Tinelli. El Tinelismo y el Gordismo pueden ser amigos o enemigos, pero están construídos con el mismo barro. Los que entren ahí, que abandonen toda esperanza.

sábado, 24 de octubre de 2009

Fotografía vaporosa

miércoles, 21 de octubre de 2009

Nube (poesía vaporosa)

Peligro en el cielo /

vuelo sobre una nube /

no hay piloto /

es que yo mismo soy la nube /

soy yo quien se evapora /

y adquiere formas engañosas /

Soy la nube que se dispersa /

que muta en extrañas figuras /

algunas más infantiles que otras /

la nube que hace real las alucinaciones /

es la nube que llevo en el alma /

la que se escapa en un cielo celeste /

la que viaja sola /

y se perpetúa en la tarde de sol /

es la nube que me vuelve esquivo /

Soy la nube que está en dos o tres lugares al mismo tiempo /

la nube que no puede contentarse con un único devenir /

y trasciende el cielo /

La nube que me sujeta /

y transporta /

Es la nube que amo y me libera /





Unco Claraboya

lunes, 19 de octubre de 2009

Necesito esa puerta que me dabas para entrar a tu mundo

Mira, no pido mucho,
Solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

Julio Cortázar

martes, 13 de octubre de 2009

Carnaval caté

Bailar a siete metros de altura: sonreír. Bailar sobre una plataforma de sesenta centímetros de lado: saludar. El tocado pesa ocho kilos: sonreír.Las luces duelen enfocadas en la cara, los bichos enloquecidos en la noche tropical se cuelan por todas partes. Hay mariposas y cascarudos invisibles desde abajo: mover suavemente las piernas bajo la catarata de lamé, la reina impávida ondula sobre el mundo ondulante.Hay hileras de chicos morenos sentados en el cordón de la vereda, con sus enormes miradas, su admiración, sus palmoteos. Algunos están descalzos: pobrecitos. Las piedras brillan en sus ojos, las piedras verdes y rojas y cristalinas.Hace quince años que baila, desde los cinco: español y clásico. También habla francés y canta. Su autor preferido es Morris West. La sonrisa le sale natural, no necesita repetir “treintaitrés”, como algunas.Detrás de la oscura masa de gente está el río, también oscuro. Lejos, del otro lado, unas luces pálidas: Barranqueras, dicen que está inundada. Aquí mismo el agua lame el borde de la escalinata, en la Punta de San Sebastián. Pero no va a subir, el murallón es alto.Copacabana, miles de banderas: cantar. Ará Berá, gestos burlones y aplausos aislados: una sonrisa especial para ellos, un fulgor adicional de majestad inconmovible. Y que rabien.El palco: su madre que grita, gesticula. Su padre, tranquilo como siempre, casi invisible. Su padre tiene un petrolero. Quiso llevarla al Japón, pero ella quiso estar aquí, y no en Japón; aquí, y no en Buenos Aires; con su comparsa y no en Europa: porque es comparsera de alma.El palco del gobernador, el jurado del que toda la comparsa desconfía. ¿Se atreverán? Entretanto, sonreír, bailar frente a las cámaras de TV, los fotógrafos, los periodistas, el mar de luces blancas.Ahora dan la vuelta, puede aflojarse un poco, espantar un bicho, sonreír con menos apremio. Del otro lado viene Graciela, las carrozas se cruzan. El tocado es lindo, una gran nube de plumas blancas que parecen incandescentes. Sólo que ahí se gastaron todo. Graciela baila y sonríe, como ella. Ella o yo. Pero Kalí se siente segura, recamada de piedras, mecida en sus cincuenta metros de tul.Los dioses son caprichosos. A esa hora, los seis jurados del corso unidos por telepática convicción anotaban en sus tarjetas un nombre desconocido que no era del de Kalí y no era del de Graciela.

Rodolfo Walsh

Lúnes o martes

Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Helechos o plumas blancas, siempre, siempre...
Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; omnibuses se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»... ¿Y la verdad?
Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla... ¿Azúcar? No, gracias... La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles.
Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada... ¿Y la verdad?
Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan... ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?
Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.

Virginia Woolf

Dos

Adelante la mesa se parte en dos como calavera usada.
Y el humo del arroz calaverea.
Enseguida se le viene encima la pared carcomida.
Buena yunta pa tumbarse al raso.
Al rato la noche negra curiosea por todos los rincones, con toda la mano abierta.
La cosa se hace larga para la rosa ciega. Las piedras son puro diente amontonado.
Por si acaso el cielo se derrama, puro barro suelto.
El fuego ha madrugado, alma de mosca zumbona, lado a lado disparado de la mulita dientuda, apretada pulga negra entre las piedras. Monte oscuro, guay, gatillado, envolvedor, instalándose nomás, flotante, volador flor calcinada.
Y Antenor con nudo ciego de cuerda de guitarra en el cogote.
Y la alharaca silenciosa de puro pucho junto a la piedra de siempre.
La piel barcina acalambronada, guarangueando se despega sola y se vuela venteada.
No quesa un hilo de esa voz seruchona, orgullosa del balazo acicalado.



Ricardo Zelarayán

domingo, 11 de octubre de 2009

Oda a una chica Almodóvar

Sucumbir en un ataque de cursilería nunca sería tan necesario pero, seguramente, arrojaría un resultado muy poco eficaz. He decidido correr ese riesgo. Inmolarme por ti en este palabrerío inconducente que, por poco, no alcanzará para descubrirte sentada, aquí, a mi lado.

Qué decir que ya no te lo hayan dicho. ¿Cuántos versos tristes podré escribirte en una noche…? Supongo que ni el mismo Neruda sería capaz de arrimarme una respuesta. ¡Oh!, ¿cuántos seremos los que hemos enloquecido por ti en este mundo? ¿Cuántos zares del oro negro habrán marcado tu número de celular y enviado aviones privados hasta la puerta de tu casa, sólo, para tenerte, al menos, por media hora aullando en sus mesitas de luz?

Tirar tu foto al piso y frotarme sobre ella sería lo menos que podría hacer…Morocha de senos sabor a jamón; rendiste a Hollywood con esa mirada andaluza que aprendiste a encender en el momento oportuno como la estocada de un torero. ¿Dónde jugarán los niños si tu, antojada Penélope Cruz, ahora, estás en los cines?

¿En qué habitación conservar los millares de frascos en que guardo tus suspiros color celuloide? ¡Si hasta me hecho fan de Mecano cuando por los ’90, por primera vez, te vi en la pantalla de MTV! Y ahora te ocultas con el cabrón de Bardem… ¡Qué tía más esquiva eres! Calienta pollas, dirían en tu barrio…tuviste en vilo a la grey cinéfila pues, concienzuda de tu irresistible arrastre, rechazaste más de tres protagónicos con la excusa de que ¡no querías mostrar tu fatal desnudez! ¡Oh, Reina de mi alcoba, diosa de mis cielos!

De pequeña ya soñabas con ser actriz. Ejecutante de cada una de mis amatorias que acababan trasladándote a una novela de Sade. Es que siempre te he esperado, ansioso por verte en la pantalla rectangular, mientras una y otra vez, iba de regreso a esas cintas en VHS que de púber guardaba bajo mi cama como el recuerdo más preciado de la juventud, queriéndote de nuevo una estrella; entre nosotros, ahora, puedo decirte cuánto te he esperado. Fantaseado, imaginado, hablado, susurrado al oído, cuántos lugares de mi casa hemos descubierto juntos… Algún día, deberías darte una vuelta por mi ciudad, visitar mis plazas, el cine donde me has eclipsado, quizá, podrías llevarte algunos de los versos que, en tu lejanía, hiciste nacer en mi: Podré acariciar tu rostro de luna, / pintarte en el aire y en mí montaña. / Hacer de tu piel mí telaraña / y beberte en rezos como a ninguna...

Y cada vez que te he vuelto a ver, en tus comienzos en Jamón Jamón o en Abre los ojos, por no detenerme en Vanilla Sky, apenas ayer, en Vicky Cristina Barcelona y, anoche, en Los abrazos rotos del querido Pedro Almodóvar, recrudeces ese obligado peregrinaje a tus labios etéreos. Irresistible llamado de las sirenas. Severine, Lena, o como quieras que te llame, morocha esbelta que juegas a ser diva –ya siéndolo- con esa peluca tan ridícula que no puede menos que exaltar el brillo que resbala de tus ojos, podría matar con tal de sufrir tu “belleza perra” en carne propia. Penélope Cruz, haz que no quiera que te quiera volver a ver. Haz que mis rollos de película se incendien y ardan en lo que nunca debió ser, nada más, que un sueño de cineasta frustrado y enamorado.

Por Héctor Pascales (acomodador de cine, más
conocido como “el zángano de la linterna”)

jueves, 8 de octubre de 2009

Narrativa reumática



Reuma


La muerte se hacía larga en la penumbra de la noche. El rocío entumecía sus articulaciones, recordándole el doloroso ardor que le provocaba su temprana enfermedad reumática. Contabalos días y las horas para dejar su cuerpo postrado en una silla de ruedas, mientras vaya a saber quién juntaría sus palabras y sus babas con un trapo viejo.

Las callejuelas de su pueblo eran las mismas de siempre. Ni la modernidad ni las promesas políticas de crecimiento sacaban de ella ese olor triste de lo gastado, de lo dejado atrás, de lo nunca acabado. Así lo veía, mientras zarandeaba sus manos para sacarse esa pesada sensación de cansancio y fracaso que le trasmitía su cuerpo.

Todas las noches iguales. Siempre oscuras, ni muy bellas ni muy tristes. A medias. Con un tono a mediocridad que se confundía entre la idiosincrasia local y su desgano por la vida. Ni los niños jugando en la plaza de noche –con todo el desprecio por el miedo y la oscuridad que hijos capitalinos perdieron hace mucho tiempo ya- podían encenderle un halo de luz a ese túnel que terminaba en el abismo.

Paró en un viejo bar y entró. Su interior era todo hedor, humo y alcohol. Igual que el bar. Los rostros de los aquerenciados borrachos eran lejanos, tristes, surcados por el tiempo que no había dejado espacio en sus facciones para un rastro más de existencia. Tosían todos a la vez, como expulsando sus últimos suspiros.

No atinó a sentarse. Pidió parado una cerveza fría con la boca apretada por un cigarro, mientras raspaba uno de los últimos fósforos que quedaban en la caja. Tocar el vaso helado le recordó que aún y por siempre, portaría ese maléfico y punzante dolor en cada uno de sus huecos.

Sintió como desde sus falanges recorría una puntada hacia su espalda, haciéndolo encorvar y dejándolo tieso, como todos los que se encontraban en ese lugar.

Por la ventana se veía todo. Desde sus tristezas cayendo por una gota de transpiración en el vidrio empañado, hasta las risas de las prostitutas -exhaustas de haber tenido una noche memoriosa para el bolsillo del fiolo-, pasando por las viejas solteronas que salían a la pesca, noche tras noche, en busca de una joven piel que tatuara en sus traseros la huella del deseo perdido en un amor inconcluso.

Y todo sabía a él. A dolor. A la vida que se estaba gastando de a poco. A la deformidad. Al tiempo que carcomía sus huesos, al igual que su gente carcomía su pueblo. Todo era una copia exacta.

Como dos mapas calcados, que sólo llevaban hasta el tesoro: un viejo cofre que contenía la muerte.

Juntó sus cosas de arriba de la barra –juntó las monedas que pensó dejarle al cantinero del bar como propina-, metió sus manos en ambos bolsillos de su abrigo y sacó sus vicios. Antes de tocar la vereda y esquivar las primeras putas que se le ofrecían y a las que miró con desprecio, encendió un nuevo cigarrillo.

Caminó y se perdió en la pesada noche que traía consigo un manto bajo de bruma. Sintió sus últimos dolores y giró hacia atrás para ver y preguntarse, quién juntaría sus palabras y sus babas con un trapo viejo.



Juan Cruz García


martes, 6 de octubre de 2009

Pragmatismo (Poesía mayor)

A la montaña la llamé paciencia y paciencia tuve para en la urdiembre que dibujan los ríos del destino escribir el secreto de la tarde, perseguir gaviotas en los sueños, caballos salvajes en la fe, y un indomable sentimiento en la pradera entre el ombligo y la garganta; y en las orillas de los días, a la luna taciturna inquietarla de canciones sugería mi guitarra, (y fuego al sol hielo a los vasos), milenaria percusión a los buenos corazones. Y dije corazón que estás pensado cuando sientes. Al pasado lo llamé pasado y a la historia recuerdo de las cuestas ripiosas de la vida, dije fuego eres al fuego semejanza; umbral a la esperanza, vino a los besos, besos al pan y al sacrificio de la boca de tu boca. Llamé santa a mi madre, necesidad llamé a las revoluciones en cualquier esquina, utopía a todos los patios revolucionados, y papá llamé a mi padre. A la ruta camino le dije, absurdo a los relojes, temor a las cadenas. A los dragones los llamé a los gritos y a mis gritos los llamé leones, los llamé con las orejas y los ojos cuando tuve que llamarlos sin que nadie escuche. Alimento le dije a la poesía, felicidad a los cuentos de mi infancia, milagro le dije a la noche desnuda y femenina, árbol yo le dije al árbol, hijos no lo he dicho todavía. Cirugía le dije al pensamiento, al amor, le dije valentía. Adiós te dije a ti. Así. Así nombre a la despedida. Como nombro yo lo mio, incapaz (con pragmatismo).


domingo, 4 de octubre de 2009

El retrato postergado (2009)

Cuando puedan tienen que ver este documental. Increíble material filmográfico y excelente laburo logró y completó Andrés Cuervo, cineasta linqueño, con El Retrato Postergado que ya tuvo su estreno el 28 de septiembre en el Auditorio de la Biblioteca Nacional.
Homenaje a Haroldo Conti y para Roberto Cuervo, padre de Andrés, que antes de que Conti fuera secuestrado había comenzado a filmar lo que sería su último documental, Retrato humano de un escritor, ahora su hijo finaliza un sueño postergado y descubrimos a un Haroldo Conti que afirmada que "ser escritor era una cuestión circunstancial en su vida".
Una perlita, el cuento inédito La virgen de la montaña, de Conti, que Andrés Cuervo encontró en medio del rodaje del documental.

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