El Gordismo

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Etiquetas: Diego Maradona, Fabián Casas
Peligro en el cielo /
vuelo sobre una nube /
no hay piloto /
es que yo mismo soy la nube /
soy yo quien se evapora /
y adquiere formas engañosas /
Soy la nube que se dispersa /
que muta en extrañas figuras /
algunas más infantiles que otras /
la nube que hace real las alucinaciones /
es la nube que llevo en el alma /
la que se escapa en un cielo celeste /
la que viaja sola /
y se perpetúa en la tarde de sol /
es la nube que me vuelve esquivo /
Soy la nube que está en dos o tres lugares al mismo tiempo /
la nube que no puede contentarse con un único devenir /
y trasciende el cielo /
La nube que me sujeta /
y transporta /
Es la nube que amo y me libera /
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Etiquetas: Unco Claraboya
Solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
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Etiquetas: Julio Cortázar
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Etiquetas: Rodolfo Walsh
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Etiquetas: Virginia Woolf
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Etiquetas: Ricardo Zelarayán
Sucumbir en un ataque de cursilería nunca sería tan necesario pero, seguramente, arrojaría un resultado muy poco eficaz. He decidido correr ese riesgo. Inmolarme por ti en este palabrerío inconducente que, por poco, no alcanzará para descubrirte sentada, aquí, a mi lado.
Qué decir que ya no te lo hayan dicho. ¿Cuántos versos tristes podré escribirte en una noche…? Supongo que ni el mismo Neruda sería capaz de arrimarme una respuesta. ¡Oh!, ¿cuántos seremos los que hemos enloquecido por ti en este mundo? ¿Cuántos zares del oro negro habrán marcado tu número de celular y enviado aviones privados hasta la puerta de tu casa, sólo, para tenerte, al menos, por media hora aullando en sus mesitas de luz?
Tirar tu foto al piso y frotarme sobre ella sería lo menos que podría hacer…Morocha de senos sabor a jamón; rendiste a Hollywood con esa mirada andaluza que aprendiste a encender en el momento oportuno como la estocada de un torero. ¿Dónde jugarán los niños si tu, antojada Penélope Cruz, ahora, estás en los cines?
¿En qué habitación conservar los millares de frascos en que guardo tus suspiros color celuloide? ¡Si hasta me hecho fan de Mecano cuando por los ’90, por primera vez, te vi en la pantalla de MTV! Y ahora te ocultas con el cabrón de Bardem… ¡Qué tía más esquiva eres! Calienta pollas, dirían en tu barrio…tuviste en vilo a la grey cinéfila pues, concienzuda de tu irresistible arrastre, rechazaste más de tres protagónicos con la excusa de que ¡no querías mostrar tu fatal desnudez! ¡Oh, Reina de mi alcoba, diosa de mis cielos!
De pequeña ya soñabas con ser actriz. Ejecutante de cada una de mis amatorias que acababan trasladándote a una novela de Sade. Es que siempre te he esperado, ansioso por verte en la pantalla rectangular, mientras una y otra vez, iba de regreso a esas cintas en VHS que de púber guardaba bajo mi cama como el recuerdo más preciado de la juventud, queriéndote de nuevo una estrella; entre nosotros, ahora, puedo decirte cuánto te he esperado. Fantaseado, imaginado, hablado, susurrado al oído, cuántos lugares de mi casa hemos descubierto juntos… Algún día, deberías darte una vuelta por mi ciudad, visitar mis plazas, el cine donde me has eclipsado, quizá, podrías llevarte algunos de los versos que, en tu lejanía, hiciste nacer en mi: Podré acariciar tu rostro de luna, / pintarte en el aire y en mí montaña. / Hacer de tu piel mí telaraña / y beberte en rezos como a ninguna...
Y cada vez que te he vuelto a ver, en tus comienzos en Jamón Jamón o en Abre los ojos, por no detenerme en Vanilla Sky, apenas ayer, en Vicky Cristina Barcelona y, anoche, en Los abrazos rotos del querido Pedro Almodóvar, recrudeces ese obligado peregrinaje a tus labios etéreos. Irresistible llamado de las sirenas. Severine, Lena, o como quieras que te llame, morocha esbelta que juegas a ser diva –ya siéndolo- con esa peluca tan ridícula que no puede menos que exaltar el brillo que resbala de tus ojos, podría matar con tal de sufrir tu “belleza perra” en carne propia. Penélope Cruz, haz que no quiera que te quiera volver a ver. Haz que mis rollos de película se incendien y ardan en lo que nunca debió ser, nada más, que un sueño de cineasta frustrado y enamorado.
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Etiquetas: Penélope Cruz, Suple NN
Reuma
La muerte se hacía larga en la penumbra de la noche. El rocío entumecía sus articulaciones, recordándole el doloroso ardor que le provocaba su temprana enfermedad reumática. Contabalos días y las horas para dejar su cuerpo postrado en una silla de ruedas, mientras vaya a saber quién juntaría sus palabras y sus babas con un trapo viejo.
Las callejuelas de su pueblo eran las mismas de siempre. Ni la modernidad ni las promesas políticas de crecimiento sacaban de ella ese olor triste de lo gastado, de lo dejado atrás, de lo nunca acabado. Así lo veía, mientras zarandeaba sus manos para sacarse esa pesada sensación de cansancio y fracaso que le trasmitía su cuerpo.
Todas las noches iguales. Siempre oscuras, ni muy bellas ni muy tristes. A medias. Con un tono a mediocridad que se confundía entre la idiosincrasia local y su desgano por la vida. Ni los niños jugando en la plaza de noche –con todo el desprecio por el miedo y la oscuridad que hijos capitalinos perdieron hace mucho tiempo ya- podían encenderle un halo de luz a ese túnel que terminaba en el abismo.
Paró en un viejo bar y entró. Su interior era todo hedor, humo y alcohol. Igual que el bar. Los rostros de los aquerenciados borrachos eran lejanos, tristes, surcados por el tiempo que no había dejado espacio en sus facciones para un rastro más de existencia. Tosían todos a la vez, como expulsando sus últimos suspiros.
No atinó a sentarse. Pidió parado una cerveza fría con la boca apretada por un cigarro, mientras raspaba uno de los últimos fósforos que quedaban en la caja. Tocar el vaso helado le recordó que aún y por siempre, portaría ese maléfico y punzante dolor en cada uno de sus huecos.
Sintió como desde sus falanges recorría una puntada hacia su espalda, haciéndolo encorvar y dejándolo tieso, como todos los que se encontraban en ese lugar.
Por la ventana se veía todo. Desde sus tristezas cayendo por una gota de transpiración en el vidrio empañado, hasta las risas de las prostitutas -exhaustas de haber tenido una noche memoriosa para el bolsillo del fiolo-, pasando por las viejas solteronas que salían a la pesca, noche tras noche, en busca de una joven piel que tatuara en sus traseros la huella del deseo perdido en un amor inconcluso.
Y todo sabía a él. A dolor. A la vida que se estaba gastando de a poco. A la deformidad. Al tiempo que carcomía sus huesos, al igual que su gente carcomía su pueblo. Todo era una copia exacta.
Como dos mapas calcados, que sólo llevaban hasta el tesoro: un viejo cofre que contenía la muerte.
Juntó sus cosas de arriba de la barra –juntó las monedas que pensó dejarle al cantinero del bar como propina-, metió sus manos en ambos bolsillos de su abrigo y sacó sus vicios. Antes de tocar la vereda y esquivar las primeras putas que se le ofrecían y a las que miró con desprecio, encendió un nuevo cigarrillo.
Caminó y se perdió en la pesada noche que traía consigo un manto bajo de bruma. Sintió sus últimos dolores y giró hacia atrás para ver y preguntarse, quién juntaría sus palabras y sus babas con un trapo viejo.
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