domingo, 11 de octubre de 2009

Oda a una chica Almodóvar

Sucumbir en un ataque de cursilería nunca sería tan necesario pero, seguramente, arrojaría un resultado muy poco eficaz. He decidido correr ese riesgo. Inmolarme por ti en este palabrerío inconducente que, por poco, no alcanzará para descubrirte sentada, aquí, a mi lado.

Qué decir que ya no te lo hayan dicho. ¿Cuántos versos tristes podré escribirte en una noche…? Supongo que ni el mismo Neruda sería capaz de arrimarme una respuesta. ¡Oh!, ¿cuántos seremos los que hemos enloquecido por ti en este mundo? ¿Cuántos zares del oro negro habrán marcado tu número de celular y enviado aviones privados hasta la puerta de tu casa, sólo, para tenerte, al menos, por media hora aullando en sus mesitas de luz?

Tirar tu foto al piso y frotarme sobre ella sería lo menos que podría hacer…Morocha de senos sabor a jamón; rendiste a Hollywood con esa mirada andaluza que aprendiste a encender en el momento oportuno como la estocada de un torero. ¿Dónde jugarán los niños si tu, antojada Penélope Cruz, ahora, estás en los cines?

¿En qué habitación conservar los millares de frascos en que guardo tus suspiros color celuloide? ¡Si hasta me hecho fan de Mecano cuando por los ’90, por primera vez, te vi en la pantalla de MTV! Y ahora te ocultas con el cabrón de Bardem… ¡Qué tía más esquiva eres! Calienta pollas, dirían en tu barrio…tuviste en vilo a la grey cinéfila pues, concienzuda de tu irresistible arrastre, rechazaste más de tres protagónicos con la excusa de que ¡no querías mostrar tu fatal desnudez! ¡Oh, Reina de mi alcoba, diosa de mis cielos!

De pequeña ya soñabas con ser actriz. Ejecutante de cada una de mis amatorias que acababan trasladándote a una novela de Sade. Es que siempre te he esperado, ansioso por verte en la pantalla rectangular, mientras una y otra vez, iba de regreso a esas cintas en VHS que de púber guardaba bajo mi cama como el recuerdo más preciado de la juventud, queriéndote de nuevo una estrella; entre nosotros, ahora, puedo decirte cuánto te he esperado. Fantaseado, imaginado, hablado, susurrado al oído, cuántos lugares de mi casa hemos descubierto juntos… Algún día, deberías darte una vuelta por mi ciudad, visitar mis plazas, el cine donde me has eclipsado, quizá, podrías llevarte algunos de los versos que, en tu lejanía, hiciste nacer en mi: Podré acariciar tu rostro de luna, / pintarte en el aire y en mí montaña. / Hacer de tu piel mí telaraña / y beberte en rezos como a ninguna...

Y cada vez que te he vuelto a ver, en tus comienzos en Jamón Jamón o en Abre los ojos, por no detenerme en Vanilla Sky, apenas ayer, en Vicky Cristina Barcelona y, anoche, en Los abrazos rotos del querido Pedro Almodóvar, recrudeces ese obligado peregrinaje a tus labios etéreos. Irresistible llamado de las sirenas. Severine, Lena, o como quieras que te llame, morocha esbelta que juegas a ser diva –ya siéndolo- con esa peluca tan ridícula que no puede menos que exaltar el brillo que resbala de tus ojos, podría matar con tal de sufrir tu “belleza perra” en carne propia. Penélope Cruz, haz que no quiera que te quiera volver a ver. Haz que mis rollos de película se incendien y ardan en lo que nunca debió ser, nada más, que un sueño de cineasta frustrado y enamorado.

Por Héctor Pascales (acomodador de cine, más
conocido como “el zángano de la linterna”)

0 comentarios:

  © Revista gRaFo [2009] powered by Ourblogtemplates.com

Back to TOP